domingo, 18 de marzo de 2012

Hijo de la Mafia - Parte III

Al día siguiente me desperté y me puse a registrar de nuevo, y encontré tres cosas que no deberían estar allí: un sobre sin remite -como siempre-, un pelo largo color caoba -de mujer pero desconocida para mí- y una ¿taza de café recién hecha?

-¿Hola? -asumí que si alguien había tenido la amabilidad de preparar un taza de café o bien era un amigo o bien era un ladrón muy educado, y a pesar de los pocos amigos que me quedan me decanté por esa opción.
-Creo que has tenido visita ayer... -su voz era como un analgésico para mi, era mi bella y dulce secretaria Martha, una joven preciosa, apenas 22 años, morena, inteligente, sagaz, no se le escapa ni una, borde por naturaleza pero la persona más tierna y con más paciencia del mundo cuando todos va mal. No sé cómo me aguanta.
-¿De veras? ¿Cómo te has dado cuenta?
-Pues no por el desorden habitual, desde luego, sino porque a alguien se le olvidó la herramienta con la que forzó la puerta, algo que tú no usas jamás.
-¿La cuchilla de afeitar?
-No me asombra tu falta de inteligencia, pero al menos no te pongas en evidencia... Era una pinza para el pelo. La debió de perder sin darse cuenta. Lástima que no tenga ningún emblema familiar o algo así.
-Dame eso, yo lo guardaré.
-¿Echas algo en falta? -me alargó la mano con la taza de café y la botella de "desinfectante", aquellas gotitas de ron que siempre le echaba para darle un poco de consistencia a aquel agua sucia llamada café.
-Gracias Martha... No, la verdad es que no vi que me faltara nada, pero esta mañana me he encontrado un pelo color caoba y un sobre cerrado. El pelo es lo de menos, a estas alturas sea quien sea ya se habrá cambiado el color, y el sobre, no creo que me diga mucho.

Cuando Martha abrió el sobre nos llevamos una buena sorpresa: era la foto que había visto en el almacén del puerto. Saben que estuve allí, ellos saben que yo la vi, y quieren que lo busque. Lucy tenía razón, la quieren chantajear, pero ¿por qué yo? ¿por qué me la entregan a mí? ¿se trata de algo personal para hacernos sufrir a los dos?
-¿Quién es este bebé? -dijo Martha con una mirada que sugería que mis fechorías nocturnas habían tenido este final-
-Es el hijo de Lucy...
-¿En serio? -dijo abriendo los ojos- ¿Qué me he perdido, jefe?
-Ayer vino Lucy a contratar nuestros servicios, yo no quería, pero no puedo rechazar el caso, es algo personal y puede que incluso me devuelva la cordura para volver a ser lo que era...
-Sí, claro, sigue soñando... -dijo Martha con un tono sarcástico y a la vez dubitativo. Ella tenía confianza en mí, siempre estaba ahí para no dejar que me hundiera del todo, tenía esperanza en que algún día volvería a ser el hombre que fuí.-
-Ese pequeñín es su hijo, y lo tienen los Tattaglia. -Le conté lo del almacén y de mi amigo McArthur.
-Por fin buenas noticias. Déjame ver la foto. -le tendí la foto y ella se puso a examinarla detenidamente- Sé quién te puede ayudar con la foto, tengo un amigo aficionado y tal vez te pueda decir algo.
-Martha, cada día me sorprendes con algo nuevo, ¿hay alguien en esta ciudad a quien no conozcas? -tenía más contactos que yo, le debo la mitad de mis casos a ella-

Cuando terminé mi café me llevó hasta una tienda de comestibles en la calle 57, cuyo dependiente era un aficionado a la fotografía y gracias a él descubrí que la foto había sido echa con un modelo muy concreto de cámara ya que siempre dejaban una marca en las fotos, un rastro difcil de seguir pero no imposible, y por lo visto tales cámaras son tan caras que apenas unos pocos en la ciudad se pueden permitir tener una de esas.

Después nos fuimos a un café a tomar un desayuno en condiciones, Martha volvió al despacho y yo me fui a ver a uno de mis contactos a un par de calles de allí: el pequeño Timmy, un muchacho de apenas 12 años, lo más desgraciado que he visto nunca: vive de orfanato en orfanato, no tiene apenas ni para comer al día, pasa frío en la calle vendiendo periódicos, pero es muy querido por muchos y todos los negocios locales se portan bien con él, para mi sus ojos ven más información valiosa de lo que me pueda decir un periódico.
-Hola, Timmy -le alcancé una moneda de un dólar-
-¡Hola señor! ¿Cómo se encuentra?
-Bien, gracias muchacho. ¿Qué has visto hoy?
-He vuelto a ver a esos tipos del abrigo marrón que me dijo, vinieron a ese edificio con bolsas llenas de comida, lo sé porque a uno de ellos se le cayó una bolsa y se derramó toda la leche por la calle, una media hora más tarde volvió con más bolsas. Luego un tipo grande y gordo, con un cigarro, y otro abrigo márrón se metió en el edificio, pero no le vi salir hasta la medianoche.
-Gracias Timmy, hoy come bien, ¿de acuerdo? -le alcancé otros dos dólares-
-¡Gracias Señor! Es usted muy amable, Señor.
-George, me llamo George.
-¡Gracias, Señor George! -me eché a reir-
-George, solo George. Cuidate Timmy. Estate pendiente de esos tipos, si vuelves a verlos dejame una nota donde siempre.

Volví caminando hasta el despacho ya que no sabía qué otra cosa podía hacer, el edifcio que me señaló Timmy no me decía nada especial, pero si entraron allí con tanta comida podía ser que tuvieran allí al retoño de Lucy, o simplemente ese era el lugar donde cocinaban, después de todo había un restaurante italiano en la base del edificio.

La pinza para el pelo no me iba a decir nada nuevo, era demasiado común y el pelo color caoba podría estar ya de cualquier otro color, así que no me quedaba otra que esperar a que fuera de noche para regresar al edificio de la calle 57, y mientras tanto, regresé al local de Sam.
-Hola Sam
-Hola George, ¿no es muy pronto para empezar?
-No Sam, tranquilo, solo es que no tengo otro sitio donde ir, y no tengo ganas de volver a mi despacho: ayer entraron en él
-Vaya, ¿te robaron algo?
-No, solo me dejaron un sobre con una fotografía -le tendí la foto sólo por si acaso nunca se sabe quién te puede dar información-
-mmmm ¿de quién es el hijo?
-Es el retoño de Lucy. No es mío.
-Prefiero no preguntar, George. -Estaba inspeccionando la fotografía igual que lo hizo el chico de la tienda de comestibles, el amigo de Martha-
-¿Entiendes de fotografía Sam?
-¿mmm? Sí, un poco. Esas fotos de la pared no están ahí por arte de magia.
Estuvo un rato mirando la fotografía y mirando las de la pared de enfrente, hasta que cogió una foto y me la enseñó:
-George, ¿recuerdas esta foto? -era una foto de Lucy cuando estábamos saliendo juntos, ella estaba cantando en el escenario, radiante, con un vestido de perlas que atraía la mirada de todo el mundo-
-Sí, ¿por qué?
-Ambas fotos fueron tomadas con la misma cámara, mira la marca...
-¡¿Cómo?!¿Qué has dicho?

continuará...

lunes, 12 de marzo de 2012

Hijo de la Mafia parte II

me giré lentamente y buscando con la mirada desesperadamente un objeto contundente para noquear a aquel tipo..
-¿O'Mally?¿Eres tú?
-¿cómo...? -no podía creerlo, aquel tipo me conocía y yo no tenía ni idea de qué. Me giré del todo y vi algo que creí que nunca volvería a ver; el rostro demacrado, cicatriz que cruzaba la cara desde la frente hasta la mejilla, y unos ojos neutros, imposibles de descifrar, pero no para mi-
-¡George! ¡Cuánto me alegro de verte! ¿Qué estás haciendo aquí? Podría haberte matado...
-Baja la voz, ¿quieres? -Se trataba de mi compañero de La Vieja Guardia: James McArthur, el mejor negociador, un profesional de pies a cabeza: era eficaz, educado con la gente, y siempre tenía un plan B.
-¿Y tú?¿Desde cuándo trabajas para los Tattaglia? No me creo que te hayas convertido en escoria.
-Hahahah. No, no trabajo para ellos -ahí fue cuando volví a respirar- solo estoy infiltrado, desde que nuestro negocio se fue al traste me dediqué a ayudar a la policía a resolver casos extraños, y como se ven impotentes con los Tattaglia me pidieron que me perdiera una temporada y volviera para infiltrarme.
-¡Maldito haggis de mierda! Creí que estabas muerto, estuve meses sin tener noticias tuyas, ni siquiera rumores de la calle. ¿Cómo pudiste no decirme nada a mi, a tu viejo compañero?
-Lo siento George, tenía que sobrevivir. Bueno, basta ya de esto, dime qué haces en el agujero maloliente de la ciudad.
-Tengo un trabajito de niñera.
-¿A quién tienes que encontrar?
-Al retoño de Lucy.
McArthur abrió tanto la boca que casi pude ver los spaghetti del almuerzo...
-¡No me digas que ese bebe es de Lucy!
-Correcto. ¿Sabes donde lo tienen? -mis esperanzas de acabar esto pronto y evitar la guerra en las calles empezaban a vislumbrarse.
-No, lo siento. Y aunque lo supiera no podrías hacer nada. ¡Son los Tattaglia! Tienen más gente en las calles que la policía. Es imposible.
-Mierda.
-Mira, viejo amigo, van a sospechar si no vuelvo en 5 minutos, así que será mejor que te vayas o puedes acabar fiambre. Te ayudaré a salir.
-¿Por dónde? Esto está más protegido que el Departamento del Tesoro.
-Por la puerta principal. Yo distraeré a los estibadores que la vigilan y tú te irás sin hacer ruidos.
-Me gusta cómo piensas. ¿Volveré a verte? -empezamos a caminar hacia la puerta principal sin nadie que nos molestara-
-Sigues en el mismo despacho, ¿no? Ya me pondré en contacto.
Salió del edificio y pasó un brazo por encima de los hombros de los estibadores con sendos cigarillos y se los llevó lejos, a la claridad de una farola mientras yo me escabullía al amparo de una oscuridad que no hacía sino aumentar mi miedo de ser acribillado desde cualquier rincón... tenía razón: aquel era el maloliente rincón de la ciudad, olía a podrido de tantos cadáveres encontrados allí.

Unas horas más tarde estaba en "El gato de Schröedinger" para no perder la costumbre, de modo que me fui al rincón de costumbre, y el pianista -ya me conoce desde hace años- volvió a tocar aquella canción, que hizo que me saltaran las lágrimas, tuve que contenerme para no echarme a llorar. Hace años que tengo el corazón roto, el bolsillo vacío y la cabeza echa un lío. Por eso no tengo tantos casos. Era el mejor -y sigo siendolo- pero mi estado de ánimo hizo que perdiera el rumbo en los casos. Un par de horas más tarde la botella de ron estaba vacía y yo me había dormido perdido entre sollozos. Esto no puede seguir asi. Debo resolver este caso, recuperarme a mí mismo ya que a ella no podré recuperarla.

-¡Despierta George! Es hora de cerrar.
-¿Eh? -me había quedado más de la cuenta- Oh, perdona Sam, enseguida me voy.
Recogí mis despojos como pude y me encaminé al despacho, mi lugar de trabajo y también la tumba de mis sentimientos. Cuando llegué ante la puerta me di cuenta de que estaba entreabierta, pero la oscuridad al otro lado me impedía saber de antemano si había alguien dentro, así que sólo por si acaso desenfundé mi arma, una Beretta pequeña, calibre 7'65, no hacía mucho daño, pero podía darte un buen susto bien empleada, y muy despacio fui abriendo la puerta; me adentré en el vestíbulo a oscuras, alguien había dejado allí un olor característico... ¡el puerto! ¡Alguien me había seguido desde el puerto y aprovechó mientras estuve emborrachándome para registrar mi despacho! Maldita sea, es un fallo imperdonable. Seguí moviéndome con cautela hasta la puerta de mi despacho, si había alguien allí lo vería: la puerta es traslúcida y al otro lado del despacho está la calle principal bien iluminada, la sombra se vería perfectamente... giré con cuidado el pomo de la puerta, pero... un chirrido apenas audible alertó a quienquiera que estuviera dentro, le vi moverse rápido así que intenté ser más rápido:
-¡Alto o disparo!
No pude ver bien su figura, pero era muy ágil, antes de que yo pudiera siquiera apuntar ya había saltado por la ventana, y cuando me asomé a la calle allí no había nadie más que las personas habituales: algún que otro miembro del gremio de costureras, y algunos despojos de la ciudad. Quienquiera que fuera había conseguido huir con a saber qué información, no podía perder este caso, no podía perderme de nuevo, así que me concentré como pude y me puse a registrar mi propio despacho... hasta que volví a caer dormido por puro agotamiento.

sábado, 10 de marzo de 2012

Hijo de la Mafia

Esta historia comienza como muchas otras suelen hacerlo: por una dama.

Era el año 1954, el barrio donde crecí se había llenado de chavales que buscaban su lugar en la sociedad, y la sociedad se empeñaba en apartar a esos chavales de la escuela para darles un lugar en los negocios callejeros ganándose su “respeto”. Las madres no podían respirar tranquilas porque había veces que se perdían sus chavales durante varios días seguidos hasta que aparecían en casa con la ropa destrozada, algún ojo hinchado, contusiones por todo el cuerpo, y la mayor parte de las ocasiones todo a la vez, o lo que es peor, aparecían tirados en algún callejón junto a un contenedor de basura y unos pocos dólares.

Un día apareció en mi puerta la causa de que me encuentre en este estado: una dama, y no hablo de una dama cualquiera, sino de una dama elegante, bien vestida, joven, de unos 26 años, con un imponente atractivo que magnetizaba a cualquiera, aunque sus buenas maneras y su astucia eran armas suficientes para no tener que recurrir a su cuerpo como arma. Esta dama, era peligrosa, no en el sentido de violencia, sino por sus contactos: aunque creció en el mismo barrio que yo, siempre tuvo más suerte, además de ser más lista, así que además de tener una inteligencia que suele poner nerviosos a la mayor parte de sus congéneres, tuvo la suerte de ennoviarse con un prometedor jefe de negocios local, que acabó siendo una mano derecha de la mafia local, sin embargo no es temida sino querida y respetada porque sus acciones son muy diplomáticas y suelen evitar derramamientos de sangre innecesarios. Y esa dama ahora está en mi puerta, esperando a ser atendida.

-Pase.
Cuando se abrió la puerta, mis pupilas se abrieron también -estaba preciosa-
-Hola George.
-Hola Lucy, mucho tiempo sin verte. No creí que volvería a verte después de dejarme en este estado. -fuimos algo hace mucho tiempo, pero prefirió cambiar su suerte-
-Sabes que te echo mucho de menos, de verdad. Lo nuestro nunca lo olvidaré. Pero sabes que no estoy aquí por eso, querido.
-Lo sé. Tu retoño ha desaparecido. Y quieres que yo lo encuentre.- George O'Mally, alcohólico anónimo, el favorito del público y el mejor detective privado de la ciudad.
-Las noticias vuelan. Lo sabe toda la la mafia. Están buscándolo para chantajearnos, y lo sabes. Si lo encuentran estamos perdidos mi familia.. y el barrio entero. La balanza se desequilibraría y entonces no podría proteger a nadie de nuestro barrio.
-Ya. Y de entre todos los detectives privados de la ciudad, la policía y medio cuerpo de vagabundos callejeros tenías que escogerme a mí. ¿Por qué? -oh, lo sabía muy bien. Soy el mejor en lo que hago. Soy su última esperanza. Ella tiene comprado al cuerpo de policía entero, literalmente, pero no son ni de lejos tan buenos como yo. Solo quería oírlo de sus labios, quería oirla rogar, que me dijera “por favor” una vez más.
-Por favor George -ese tono dulce que emplea con todo el mundo es ineficaz en mi, pero esta vez me puso los pelos de punta-. Sabes que eres el mejor, no dejes que encuentren a mi Tony. No puedo vivir sin él. El cuerpo de policía no son más que para levantar la perdiz. Tú eres el único que de verdad puede ayudarme. Te daré todo lo que desees.
Cuando dijo aquello solo pude pensar en una cosa: una canción, un local, y un baile. Deseé que volviera a suceder. De aquella manera nos conocimos en el “Gato de Schröedinger”, bailando mientras Sinatra sonaba con su versión de “Fly me to the moon” y acabamos besándonos con “Killing me softly”.

Tras unos breves instantes de ensoñaciones pude recuperar el habla, y mientras sacaba la compañera de ron del cajón le dije:
-Está bien Lucy. Por los viejos tiempos. Te ayudaré, pero después te diré lo que quiero.
-Siempre haces lo mismo, George. Como si no te conociera. Estaremos en contacto, tengo que irme.
El bamboleo de sus piernas al abandonar mi despacho me dejó con la cabeza en blanco: ese era el problema: que siempre me quedaba en blanco con ella. Nunca sabía responderle en el momento apropiado.

Cuando me repuse de lo que acababa de suceder me puse la chaqueta, dejé la botella de lado y salí. No tenía ni idea de por donde empezar, pero prometí ayudarla.

Estuve toda la tarde paseando por el barrio, haciendo preguntas, algunas un poco descorteses, pero necesarias, me llevé algún naranjazo en la cabeza, pero pude averiguar que el rastro empezaba en la casa y terminaba en algún lugar del puerto, así que me acerqué a los muelles, y allí me encontraba: en plena noche, lloviendo, y vigilando un único almacén donde sabía que nunca aguardaba nada bueno a los que osaban entrar allí. Así que me armé de valor y me acerqué por un lateral: el sitio estaba bien protegido, muchos matones con bate de beisbol, muchos estibadores con ganchos, aquello no pintaba nada bien...

Tras un rato dando vueltas sin ser visto, encontré un hueco en la pared por el que pude ver... ¡allí estaba el jefe de los Tattaglia! Era el mayor rival de Lucy, un tipo grande, y tan despiadado como gordo. Aquel tipo no sólo pretendía derrotar a Lucy sino devorar la ciudad. Estaba reunido con sus hombres, y aunque no pude oir nada, sé que tramaban algo para dar un golpe. No pude ver mucho por allí, así que decidí buscar una puerta por la que colarme, y hubo suerte: un par de estibadores vigías estaban fumando un poco alejados de la puerta y pude abrirla, así que me metí dentro con más miedo en los pantalones que valor en las venas; al entrar me metí en una pequeña sala con más puertas, así que con mucho cuidado me puse a registrar por si encontraba algo; tras un rato de deambular pude encontrar un despacho con muchos papeles, pero de repente oí pasos acercándose y tuve miedo, de modo que tuve que agacharme detrás de la mesa y rezar; cuando entraron me di tal susto que pegué un respingo y golpee la cabeza contra la mesa:

-Ouch!
-¿Qué fue eso?¡¿Quién anda ahí?!
Aquella escena no duraría más de unos segundos pero para mi duró una eternidad: cuando el matón se acercó a la mesa, la volqué, no sé cómo, y le cayó encima de un pie, con lo que pude arrearle un buen puñetazo y dejarlo inconsciente. Fue tal el puñetazo que creí que me había roto la mano. Esperé unos segundos para ver si alguien más estaba alertado, pero por suerte pude salir de allí y meterme en otro despacho, más papeles, papelera llena, caja fuerte cerrada... nada.

Tras mucho deambular, por fin encontré algo: una foto... ¡era el retoño! No sabía donde había sido tomada aquella foto, pero una cosa era segura: estaba en manos de los Tattaglia, y pretendían usarlo y dar el golpe de todas formas... era muy probable que lo mataran igualmente. No podía permitir aquello, sería un retoño de la mafia, pero era el hijo de Lucy.

-Alto! ¡¿Quién es usted?! -tras la voz se oyó el amartillar de un revolver: conocía aquel sonido, era el característico de una magnum .357... estaba perdido.
-Dese la vuelta muy despacio.



...continuará.

jueves, 19 de enero de 2012

VENDETTA ROSSO

Nueva York, 1928

Eran las nueve y media de la noche, me encontraba en el mismo sitio al que voy cada noche cuando los problemas de cualquier índole me acosaban: el Club San Genaro en Mulberry St.; Toni, el dueño, me conoce desde hace bastantes años, y sabe que cuando me siento en mi esquina y pido solo un whisky doble algo no va bien…

-ma, ¿che cosa sucede Giorgio?
-piu cosa, Toni…

-¿alguna damisela te ha puesto en apuros otra vez? ¿por eso tienes a mi pianista repitiendo esa melodía una y otra vez?
-no, Toni, esta vez no es por una mujer, lo prometo… es por mi primo Enrico, lo mataron ayer noche.
-¡Porca miseria! ¿Quién fue el malnacido? Lo siento mucho, deja que te ofrezca otra ronda.. pero cuidado, si viene el Inspector Chalmers oculta esa copa, la Ley Seca me está dejando más problemas que billetes… Cuéntame qué pasó.
-Fuimos a hacer un trabajito al local de los Tattaglia, ese nuevo en el que traen chicas. Una de las chicas era de quien estaba enamorado mi primo Enrico, iba a pedirle la mano la semana próxima. Llevábamos una semana planeando el golpe, todo estaba cuidado hasta el último detalle, pero el día que íbamos a hacerlo cambiaron de guardia en la puerta, y esa era nuestra baza principal para colarnos en el local: al otro le habíamos untado bien con unos papelitos…
-Espera, espera.. ¿te refieres a Giovanni? ¿ese grandullón de nariz de zanahoria floja?
-Sí, es un buen tipo, amigable, y fácil de untar… no debería habernos dado problemas, Toni.
-Sí, es buen tipo, pero de lealtad negociable como bien has podido comprobar. Estuvo ayer mismo aquí. Estaba alardeando de unos pocos billetes jugando unas buenas partidas de billar, al cabo de media hora apareció un tipo misterioso que únicamente se tomó la molestia de sentarse, fumar un puro, tomar una soda y marcharse a los 10 minutos.
-¿A dónde quieres ir a parar, Toni?
-A que el misterioso tipo era un corrieri de los Tattaglia, y vi perfectamente cómo se acercaba a Giovanni y éste le dio la servilleta de su copa.
-¡Maldita sea! No me digas que… -mi cara pasó de una exclamación a la de intriga: -¿cómo sabías que era un corrieri?
-Un tipo de confianza le reconoció a pesar de ir bien tapado, ¡y no te diré mi fuente, ya los sabes! –me puso una mano en el hombro- Lo siento amigo mío… tú y Enrico estabais vendidos.
-¡Dame el teléfono, rápido!

En cuanto Toni me pasó el teléfono mis dedos volaron por encima y me puse en contacto con Don Fabrizzio. En apenas 10 minutos aparecieron 15 muchachos bien fornidos y armados acompañados de mi buen amigo don Daniele. Enseguida nos pusimos en marcha y volvimos al callejón de aquel tugurio maldito…

-¿estás seguro de que es el mismo portero?
-Sí, Daniele, reconocería esa cara de estúpido en cualquier parte. Hagámoslo rápido, demosles una lección.

Cuando nos acercamos al local, comenzaron una serie de sucesos que encadenados dieron lugar a lo que hoy día se llama la “Vendetta Rosso”. Nunca antes se había dado una carnicería como la de aquel día por tan poco. Unos consideran que fue un precio muy alto a pagar por una simple vendetta, otros consideran que fue un precio bajo para la vida de un buen amigo.

Al acercarnos al local salía por la puerta de atrás una de las chicas y allí vimos al portero de lealtad negociable, en el momento en que nos vio acercarnos cerró la puerta metiéndose dentro; por suerte llevábamos un soplete para estas ocasiones, el mismo que íbamos a usar Enrico y yo para abrir la caja fuerte.
Mientras dejábamos a los hermanos Rialto trabajando en la puerta de atrás el resto fuimos por la puerta principal; acribillamos a tiros al otro portero allí mismo, en la calle, sin discreción ninguna y entramos con decisión: nos estaban esperando y ya nos llovió una ráfaga de tiros nada más entrar, las chicas salieron corriendo por donde pudieron, los matones de un lado y del otro se refugiaban volcando las grandes mesas redondas o tras las columnatas. En aquellos momentos no paraba de sonar aquella música en mi cabeza, de piano, tranquila… todo se ralentizó, apenas 10 minutos que fueron una eternidad para mí mientras disparábamos. En aquel momento entró en el local una banda rival con un ejército de hombres y de pronto nos vimos acorralados entre los Tattaglia y otra banda que yo no conocía pero eran muy numerosos; nos cubrimos como pudimos parapetándonos detrás de la barra, y aprovechamos las botellas de licor que aún no habían sido requisadas por la Ley Seca para hacer unos cócteles explosivos para mantener a ralla a los Tattaglia. El incendio en la parte central del local sobre la moqueta hizo que se movieran ambos bandos rivales mientras nosotros manteníamos la posición, lo siento por las plantas decorativas del centro, pero no me quedó más remedio que verlas arder.
Cuando conseguimos herir en el hombro al portero objetivo vimos aparecer por detrás suyo a los hermanos Rialto con el soplete apuntando, lo cual hizo que se despreocuparan por lo tenían delante, y así conseguí acercarme lo suficiente para meterle un tiro al dueño del local en la piena, lo que hizo que soltara el arma; al mismo tiempo don Daniele y sus muchachos consiguieron, en un alarde de estrategia, humillar a la banda rival que tan arrolladoramente había entrado por la puera principal sin cubrirse las espaldas, eso.. y una llamadita para conseguir refuerzos: una banda nuestra que operaba clandestinamente en ese barrio llegó justo a tiempo para detener a esos matones rivales, que por supuesto se llevaron a mantener una charla amistosa en algún oscuro callejón no muy lejos de allí.
Cuando me acerqué al dueño del local mientras se sujetaba la herida de la pierna mantuvimos una pequeña charla:

-¿Qué quieres, cerdo italiano?
-Venganza. Tu portero Giovanni es un traidor, estuvo a punto de venderte a ti y me vendió a mi.
-¿Cómo?
-Sí, Giovanni fue visto en un local gastándose mis billetes hasta que llegó un corrieri y le ofreció más… Ese sólo debe lealtad a quien más le pague…
-¿Pero por qué querías entrar en mi local? ¡Nunca me he acercado por tu barrio!
-Tú no. Pero uno de tus chicos tuvo la equivocación de reclutar a la chica equivocada: la dulce María… mi primo Enrico iba a pedirle su mano en matrimonio la semana próxima… -entre bastidores, oculta tras la columna una chica contuvo un sollozo y se puso la mano en la boca para ocultar un grito de profunda angustia-
-¡Mierda! Yo no lo sabía, te lo prometo. ¿Qué quieres?
-Venganza. –y en ese momento me giré, y apunté con mi Beretta del calibre 0.34 al portero. Una bala. Un muerto. Así funcionan las cosas.

Cuando volví a la realidad miré el espectáculo dantesco que dejábamos allí: columnas destrozadas, mesas convertidas en astillas, un incendio en la moqueta, botellas de vinos y licores derramados y rotas formaban una horrible mancha de color vino tinto en el suelo del bar… o se salvó ni el piano. Docenas de personas muertas, cadáveres por todos lados… el recuento final de cadáveres fue de 67, de los cuales 3 eran de los míos, el resto eran todos del personal del local. Fue una masacre sin siquiera pretenderlo….
Un precio alto por una venganza, o un precio muy bajo por una vida.